REIKI es una palabra de origen japonés compuesta por dos vocablos: Re¡, que significa «Universal», y Ki (o Chí), que significa «energía», entendiéndose ésta como la «fuerza vital». Esta definición fue acuñada por Mikao Usui, un practicante de artes marciales que aprendió y actualizó las técnicas de sanación de un antiguo arte japonés, el Re¡ Jyutsu, utilizadas y mantenidas en secreto por los monjes del monte Kurama.
El creador del reiki fundó una escuela en la que enseñó a sus discípulos los métodos curativos fuera del entorno estrictamente religioso del monasterio, pero sin olvidar estos principios. Para considerarse sanador, quien entraba en ella debía aprender a hacer diagnósticos muy concretos y la posibilidad de enseñar a otros la «maestría», sólo se alcanzaba siguiendo una línea de evolución espiritual que convertía al discípulo en una persona modélica.
Pasados los treinta primeros años del siglo XX, estas prácticas no tuvieron mayor trascendencia en Japón pero llegaron a Occidente donde fueron modificadas en esencia y rápidamente difundidas. Extraídas del contexto budista y sintoísta en el que fueron concebidas por los monjes, se convirtieron en una práctica curativa desprendida casi totalmente del contenido religioso que las sustentó tradicionalmente. Así, es posible ver que en todo Occidente se ofrece la «conexión» con la energía reiki en apenas una mañana. Sin necesidad de hacer práctica espiritual alguna se obtiene la maestría.
También se consigue sin tener que sufrir la molestia de convertirse en un ser espiritualmente avanzado al obtenerse fácilmente por medio de una buena suma de dinero. En muchos cursos de reiki se fomenta una filosofía que apunta más a tener una ocupación sumamente rentable, que a conseguir el necesario desarrollo espiritual que posibilite la comprensión del propio cuerpo y el control de la energía.
Todo esto no invalida de ningún modo la eficacia del reiki original. Sólo invita a abrir los ojos a la hora de buscar los servicios de un verdadero Maestro espiritual para recibir sus enseñanzas.
El reiki activa los mecanismos de autocuración del organismo. Para las culturas china y japonesa, la energía es parte de nuestro cuerpo a la vez que impregna todo lo que existe.
El terapeuta, al practicar el reiki, se convierte en un canal mediante el cual absorbe la energía universal y la transmite al paciente sin perder un ápice de la propia. La manera en que una persona adquiere la facultad de transmitir esta energía según la técnica utilizada en el tradicional Rei Jyutsu, es a través de un ritual que el maestro ejecuta.
Esto hace que el alumno se «conecte» de por vida a la energía. No es necesario que el discípulo ponga nada de su parte excepto pagar cumplidamente al maestro. Es necesario recordar que no era éste ni el método utilizado por el maestro Usui, ni mucho menos el que se seguía en el Rei Jyuuu tradicional.
Quienes quieran aprender a hacer sanaciones a través de la energía, deberán primero conocerla, sentirla, saber notar las diferencias en su emisión para realizar un diagnóstico correcto y luego, alcanzar mediante la meditación un alto grado de concentración a fin de emitirla o servir como canal para que pueda fluir y sanar al paciente.
En este libro se explican diversas técnicas, ya que cada maestro fue incorporando descubrimientos propios, para que quien desee aprender pueda experimentar con un amplio abanico de posibilidades.
Aunque la mayoría de las escuelas sostienen que sólo a través del ritual de iniciación se pueden adquirir las habilidades de sanador, muchos maestros con linaje conocido opinan que dicha iniciación no es imprescindible. La energía es de todos y si un hombre llegó, tras una búsqueda y práctica paciente, a descubrir la forma de utilizarla, otros también pueden hacerlo.
El trabajo por uno mismo dará, sin duda, resultados mucho más sorprendentes y positivos que cualquier ritual de conexión que no exija conocimientos ni prácticas previas. La energía es una realidad; está ahí dispuesta a ser utilizada y la forma de acceder a ella es a través del desarrollo espiritual, tal y como lo demostraron maestros como Buda y Jesucristo. Jamás las religiones que incluyeron estas prácticas aseguraron que las cosas se obtienen sin esfuerzo sino todo lo contrario.
EL HOMBRE occidental se considera parte de la humanidad, del conjunto que abarca a todos los seres humanos. Sin embargo, su sentido de pertenencia está mucho más ligado a conceptos como continente, país, ciudad, barrio, familia, etc. y su inclusión en la humanidad es más un concepto racional que un sentimiento.
En una época como la actual, el individualismo es un rasgo cada vez más acentuado en el seno de las sociedades occidentales, en el que vastas regiones con una bandera común quieren dividirse en grupos humanos más pequeños para conservar lo que consideran sus señas de identidad.
Con este panorama, es natural que a quienes han nacido en Occidente les resulte muy difícil concienciarse de que forman parte inseparable del conjunto de los seres vivos, identificarse con un animal o con un vegetal y, desde luego, prácticamente imposible vincularse con cualquier objeto inanimado. Es decir, parece harto complicado que el hombre moderno occidental llegue a considerarse parte de un cosmos en continua expansión y evolución.
En la mayoría de las culturas orientales, por el contrario, se concibe al hombre de una manera que le lleva a sentirse parte integrante de todo lo que existe, de la creación; y es esta unión con el universo lo que le da un carácter peculiar a la cultura y forma de vida japonesa, tibetana o hindú.
Cada hombre no es algo completamente aislado de todo lo que existe, sino que es parte de una misma sustancia que, junto con la energía, llena y conforma la totalidad de lo existente.
Estos dos conceptos han sido determinantes a la hora de desarrollar las respectivas formas de comprensión del cuerpo, así como de la curación de las enfermedades. Para los médicos occidentales, la enfermedad se produce cuando un órgano o sistema no hace su trabajo habitual en tanto que, para los orientales, ésta se produce debido a un desequilibrio energético general, a las alteraciones que se producen en el fluido vital.
Partiendo de estas visiones, se han desarrollado dos métodos de curación muy diferentes: el primero, apunta a restaurar la función del órgano dañado; el segundo, a restaurar su equilibrio energético de todo el cuerpo, dando una importancia menor a los deterioros puntuales.
La energía que hay en el universo, en los seres vivos o hasta en los mínimos objetos inanimados presentes en nuestra vida, no es diferente de la que opera en el cuerpo humano; por ello en Oriente han surgido disciplinas como el Feng-Shui, cuyo objetivo es armonizar la energía para que obre beneficiosamente sobre todos los seres vivos, o las artes marciales que hablan de la captación de la energía que hay en el entorno o en el oponente.
La palabra reiki proviene de dos vocablos japoneses:
Es una técnica de sanación que se basa en el empleo del flujo vital, entendiéndose este «flujo» como una parte de la sustancia energética que llena el universo.
Con respecto al origen de este método, la mayoría acepta que fue desarrollado en Japón por el Dr. Mikao Usui, en la segunda mitad del siglo XIX, cosa que las investigaciones confirman. Sin embargo, es fácil encontrar maestros que atribuyen su creación a los tibetanos, a los egipcios, a los atlantes o a diversos grupos de extraterrestres a fin de otorgar al reiki un carácter más esotérico.
Esta disciplina surge en un entorno impregnado de la filosofía budista y sintoísta por eso, para entenderlo en toda su complejidad, es necesario tener una idea de estas dos religiones que van a determinar, en gran medida, la forma de vida de Japón, de India y Tíbet.
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